«Para de grabarme si no quieres que te mate, maricón» . Samuel respondió de forma tranquila: «¿Maricón de qué?». Sin mediar más palabra, en ese momento, el agresor corrió hacia Samuel para agredirle. «Solo se escuchaban golpes”, declara Vanesa, que lo vivió todo a través de la videollamada». La videollamada más amarga de su vida que, por desgracia, la hizo testigo –sin poder hacer nada– del mayor y más atroz de los asesinatos: del asesinato de su amigo.
Naces, y te inculcan que todos somos iguales. El propio artículo 14 de la Constitución española indica que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Incluso, la Declaración Universal de derechos humanos de las Naciones Unidas en su art. 30 indica también que “todos hemos nacido libres e iguales”, por lo que deberíamos todos ser tratados de la misma manera; que “no se puede discriminar a nadie”; todos “tenemos derecho a la vida” y a vivir en libertad y con seguridad y, nadie tiene derecho a dañarnos o a torturarnos.
El derecho a la igualdad es un valor superior del ordenamiento jurídico, y también debe ser entendido como un principio y como un derecho. El derecho a la igualdad es uno de los pilares de la Constitución Española que, junto a la justicia, la libertad y al pluralismo político, conforman los valores de la Carta magna. Así pues, la igualdad, puede ser vista como un valor, como un principio o como un derecho.
Dicen que la ley ha de tratarnos a todos por igual. La doctrina afirma que la igualdad jurídica supone que las normas jurídicas han de tratar a los españoles en condiciones de igualdad, pero, en realidad, hay determinados factores externos que condicionan esta igualdad.
Y, qué triste es ver cómo tras el papel, en la vida, la realidad es otra. Llevamos años intentando justificar lo injustificable. Escuchando frases que al ser expresadas en voz alta nos malsueanan e, incluso, a muchos, nos duelen: “la homosexualidad es una desviación del instinto” -dijo Enrique Tierno Garván por allá hacia el 1977-, “No estoy ni a favor ni en contra, me limito a no dar por culo” – esgrimió un poco acertado Camilo José Cela en 1933-, “Dos homosexuales, podrán ser un par, como las alpargatas, pero nunca podrán ser pareja” -sentenció sin mayor miramiento en 1993 una poco acertada Pilar Urbano, e incluso ya en 2003, no han dejado de chocarnos frases como “ojo, que el niño adoptado por homosexuales tiene un 80% de posibilidades de volverse maricón”, con la que el obispo Jesús Catalá nos aclaraba que la Iglesia, por aquél entonces, todavía debía avanzar en generosidad.
En pleno siglo XXI, parece que continúan existiendo razas, sexos y religiones que, sin entenderlo, se creen superiores a otras. Hay demasiadas personas que, ignorantes en derechos, marchan por la vida pensándose superiores y abanderando trasnochados discursos que ensalzan odios y atacan, discriminan, humillan e incluso, a veces, llegan a sesgar y a apuñalar vidas.
Samuel, llegó con 14 años a España desde Brasil. Hijo único de un matrimonio evangelista. Trabajaba como auxiliar de enfermería en una residencia de mayores y estudiaba para ser protésico dental. Enseñaba la Biblia en la Congregación Cristiana de la que su padre y él eran miembros. Y, sí. Era homosexual, condición que siempre debería de haber quedado en su ámbito privado por qué, ¿a quién le importa con quién te acuestas?
Todas las personas, con independencia de su orientación sexual o de su identidad de género, tienen derecho a gozar de su privacidad. El derecho a la privacidad incluye, normalmente, el derecho a optar por revelar o no información relacionada con la propia orientación sexual o identidad de género y, por supuesto, el derecho a vivir en libertad y con toda seguridad.
La igualdad y la no discriminación son principios básicos de las normas internacionales de derechos humanos. Toda persona, sin distinción, tiene derecho a disfrutar de todos los derechos humanos, incluidos el derecho a la igualdad de trato ante la ley y el derecho a ser protegido contra la discriminación por diversos motivos, entre ellos la orientación sexual y la identidad de género.
El artículo 9.2 de la Constitución establece que “corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social”. Es decir, la ley promueve que la libertad y el derecho a la igualdad de los individuos que integran la sociedad sean reales y efectivas. Pero, muchas veces, las mismas leyes que deben proteger ciertos derechos que son fundamentales para sus ciudadanos, son las mismas que, al mismo tiempo, se convierten en fuente de discriminación, directa e indirecta.
Hay países que exponen con sus leyes a que las personas lesbianas, gay, bisexuales y transgénero (LGBT) puedan ser arrestadas, perseguidas e, incluso, en ocasiones, encarceladas, o condenadas a muerte si se manifiestan públicamente como tales. Otros países, los excluyen a vivir al margen de la sociedad y les excluyen de empleos fijos, de servicios de salud y educación públicos, etc.
A veces, se estigmatiza a estas personas, se las prejuzga o excluye, sin que los estados hagan nada para evitarlo, aun estando obligados a ofrecer una real seguridad jurídica evitando que, con sus normas y leyes, se discrimine a personas por su identidad de género, por su orientación sexual, religión, cultura, etc. Dicen que “los estados que se niegan a proteger los derechos humanos de las personas LGBT violan el derecho internacional”.
En nuestro país, el derecho a la igualdad es un derecho arraigado con fuerza entre los ciudadanos pero, existen, por desgracia, personas que, aun no saben cómo aplicar la máxima popular de “vive, y deja vivir”. Y, parece algo sencillo, pues “tu libertad termina donde empieza la del otro”, pero, no todo el mundo se muestra responsable del respeto hacia los demás que siempre debería cuidarnos.
Samuel falleció por la sinrazón desmedida de un grupo de jóvenes egoístas, que no sabían de respeto ni de libertades distintas a las suyas. Pero, ¡lo que es la vida! En sus últimos suspiros, Samuel se vio arropado por quien seguro, en algún momento de su vida ha sentido la poca empatía de quienes, simplemente, por su raza o color le rechazaron o discriminaron. Un joven senegalés, se arrojó al suelo sobre Samuel cubriendo su cuerpo con el suyo propio y recibiendo y amortiguando el impacto de aquellos golpes que llenos de una incomprensible ira decidían llevarse por delante el futuro y la vida de un inocente al que no le dejaron elegir libremente sobre poder ser diferente.
El derecho a la igualdad es un derecho fundamental que, como el derecho a la vida solo pueden significar tener la oportunidad de vivir nuestra propia vida. Y, de hacerlo como queramos, como sintamos e, incluso, como podamos. Pero, sino hay vida, qué sentido tiene que exista la igualdad o que se den el resto de los derechos fundamentales.
Samuel hizo honor hasta su muerte al nombre bíblico que sus padres le dieron al nacer. Y, del mismo modo que hizo en su día el profeta hebreo, “no se rindió en ningún momento a pesar de los golpes de la vida”. Solo espero y deseo que Samuel sea la última persona que, en este mundo, se vea obligada a partir por la sinrazón de quien desprecia, humilla y castiga al diferente. Nadie es más que nadie. Todos somos iguales.
Y, a Vanessa y resto de familiares y amigos de Samuel pedirles que en estos tristes e incomprensibles momentos, donde ya solo les queda que sea la justicia quien les devuelva la fe, sigan a la banda, que, como decía la gran Rafaela Carrá, con la banda todo va bien, porque cuando veas a la banda pasar, sentirás que tus penas se acaban, porque la banda las hace olvidar. Adiós amigo, goodbye my friend. Ciao, ciao amigo, arriverderci, auf wiedersehen. Adiós amigo, goodbye my friend. Sigue a la banda, que con la banda, todo va bien”. Hasta pronto Samuel.
Ojalá llegue el día en que, como pedía Rosa Luxemburg, “todos seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.