Muchas de las personas que vienen al despacho buscando asesoramiento legal me trasladan su preocupación por tener que exponer su vida privada y circunstancias ante un desconocido profesional que con más o menos empatía deberá escucharle, acercarle a términos jurídicos complejos que, muy probablemente no ha oído antes o, si lo ha hecho, quizás no conozca el verdadero significado y/o alcance de los mismos. Muchas veces, la terminología jurídica no se muestra compleja, pero, nosotros, las personas, nos empeñamos en teñirlas de falsas pretensiones.
Recuerdo mi primera guardia de extranjería. Recibí una llamada a mi teléfono móvil, sobre media mañana. Una voz desde el otro lado preguntó por mí y me dirigió a una comisaría de policía de la provincia de Barcelona, indicándome que se trataba de la detención en territorio de una persona indocumentada y que no debía tardar más de una hora. Colgué y con los nervios que siempre provocan las primeras veces busqué el modo de llegar a la población indicada y, en menos de una hora entraba en la comisaría de policía.
Un agente vino hacia mí, me preguntó si era la letrada de extranjería que iba a asistir al llamémosle “Simba” y al asentir, me indicó con un gesto que le acompañara. Me senté frente a él en un despacho y, en menos de un minuto hicieron sentar a mi lado a mi cliente. “Simba”, un africano de mi edad que había sido detenido cuando se dirigía a buscar pañales para su bebé recién nacido.
La policía hacía un control y le pidió la documentación y, al ver que el extranjero no podía documentarse le llevaron a comisaría. Iba a iniciarse un procedimiento sancionador de expulsión del territorio español. Cuando lo sentaron a mi lado, le miré y me presenté. Le expliqué que era su abogada y le pregunté si estaba bien. “Simba” se encontraba encogido, con las palmas de sus manos agarrando su pantalón.
No levantaba la cabeza y movía nervioso con pequeños saltitos sus piernas. Puse mi mano sobre su hombro y le pregunté si me entendía. Él asintió. Volví a preguntarle si estaba bien. Asintió de nuevo. ¿Te han tratado bien estos agentes? Simba volvió a asentir. Poco a poco fui ganándome su confianza y les pedí a los agentes si había algún cargo contra él. Indicaron que tan solo iniciaban expediente sancionador contra mi cliente por encontrarse de manera irregular en territorio español.
Debatí con ellos un rato porque le instaron un procedimiento preferente en lugar de un procedimiento ordinario que hubiese sido lo lógico en tanto que el extranjero tenía un domicilio en la ciudad y un bebé, por lo que no existía riesgo de fuga y podía ser localizado en cualquier momento, pero, de poco sirvió, así que me vi en la necesidad de realizar alegaciones en 48 horas en contra de la orden de expulsión que con carácter preferente se le instaba.
Lo que más me molestó de esa asistencia en comisaría fue escuchar a alguien llamar a mi cliente “ilegal”. Me invadió la misma indignación que cuando escucho en una reunión, por la calle o a través del televisor a alguien, llamar equivocadamente a un extranjero indocumentado “Ilegal”.
Encontrarse en una situación administrativa irregular no constituye un delito. La mayoría de los migrantes en situación irregular han perdido su estatus como resultado de la explotación, la desinformación y los retrasos administrativos, no por cometer un delito.
Según el derecho internacional, toda persona tiene derecho a salir de un país incluido el suyo. Quienes llegan a una frontera, cuentan con derechos y tienen necesidades específicas de protección de sus derechos. Es inexacto calificar a todos los migrantes que llegan a España de “ilegales” y llamarles o denominarles así, niega su dignidad y derechos fundamentales, les deshumaniza y criminaliza injustamente.
“Simba” solo huía de su país; un país donde desgraciadamente por circunstancias ajenas a su voluntad no podía sobrevivir. Llegó atravesando el Estrecho a España, en patera. Tras un par de años en un centro de acogida en el Sur de España huyó buscándose un futuro hacia el norte. Llegó a Barcelona, donde se enamoró y tuvo un bebé. A su bebé se le terminaron los pañales y, junto al desayuno, salió a comprarlos.
Tenía mi edad, pero tuvo menos posibilidades y peor suerte tan solo porque el destino quiso que naciese en un continente rico pero explotado. Jamás le hizo daño a nadie. Nunca cometió un delito. Solo desconocía la forma de obtener un permiso de residencia y trabajo. Le prometieron felicidad, pero nadie le advirtió de lo difícil y duro de lo pretendido. “Sin papeles “todo cuesta. Hoy “Simba” tiene tres hijos nacidos en España, un trabajo remunerado y ha obtenido la nacionalidad española. Siempre ayuda a los demás colaborando en diferentes campañas con organizaciones internacionales y nacionales.
Nadie es ilegal. Hay quien puede cometer actos contrarios a la ley, que evidentemente tendrán que ser enjuiciados, pero las personas somos personas y llamar a cualquier
persona “ilegal” es discriminarla o despreciarla. ¿” Sin papeles” no se es persona? ¿No hay derechos? Qué importante es utilizar bien las palabras para no herir las almas