Dicen que “la vida pasa mientras nos preparamos para vivir “

 

Y es que vivimos en una sociedad dónde se vive siempre rápido, con prisas. Vivimos en una sociedad dónde se valora y premia el logro, pero dónde no se nos prepara para el fracaso. Nadie nos enseña a perder, ni tampoco se nos explica que la pérdida pueda suponer algo positivo. Pero, lo cierto, es que muchas veces, para ganar, hay que perder. Cada vez que perdemos algo, aunque no lo creamos, ganamos otra cosa.

 

Dicen que, “si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas “

 

Y es que perder, siempre implica un cambio, una transformación: del hecho, de nosotros mismos, etc. Y, aunque dé vértigo, hay que arriesgar y mirar hacia adelante.

El dolor, la rabia, el sufrimiento, no pueden cegarnos. Hay que saber ver lo que dejamos atrás y valorar lo que ganamos.

Cuando existe una crisis matrimonial el cliente que llega al despacho muchas veces tiene miedo. Se enfrenta a un gran cambio en su vida, una vida que, como decíamos, solo le ha preparado para ganar y, eso le provoca sentimientos de frustración que,muchas veces, unido a la rabia que le genera perder contra el otro cónyuge, solo le provoca una “falsa necesidad” de ganar frente al otro en el proceso de divorcio.

Pero superar el sentimiento de rabia es lo primero. Solo eso, hará que se abra nuestra capacidad de cuestionar. Solo así nos daremos cuenta de que, en un proceso de divorcio no hay ganadores. Todos pierden (tiempo para estar con sus hijos, capacidad económica, confianza…) pero, lo que aún no ve el cliente en este momento del proceso es que, aunque se pierde, aunque ese matrimonio que pensaban duradero se rompe, no lo hacen en vano, pierden, pero para ganar.

Toda técnica de negociación implica la necesidad de perder algo. En un divorcio todos quieren ganar, sin importar qué quiere la otra parte. Normalmente, cada uno busca su propio éxito.
Cuando se entra en la negociación de un procedimiento de divorcio desde la perspectiva de un mutuo acuerdo, ambas partes pueden entrar en la negociación con un objetivo.

Cada una, con aquello que desea (el ejercicio exclusivo de la guarda y custodia, una pensión de alimentos a los hijos que les permita llevar el mismo ritmo de vida que durante el matrimonio, etc.,) y, con un punto de “alejarse”.

Ambos, muchas veces, de inicio, se encuentran en una posición de competencia, dónde no les importa demasiado construir una relación con la otra parte. Pero, caer en ello, en la competencia, es un error. En una ruptura familiar la competencia no es la solución, ya que las partes, sobre todo si tienen hijos en común, siempre van a tener que seguir relacionándose. Por lo tanto, lo verdaderamente importante en este tipo de negociaciones es intentar construir una relación: pasar del “ganar/ganar” al “perder/ganar”.

En este punto, totalmente opuesto al de competir, hay que ver que la única forma de obtener beneficios a largo plazo es ceder, por el momento, a algo de aquello que exige la otra parte, perder algo, porque, de este modo, lo que se hace realmente es ganar: ganar en unas relaciones que, en familia, siempre son importantes para poder tener capacidades de confianza en todas las futuras negociaciones y/o concesiones que ambas partes van a tener que continuar teniendo o tendiéndose durante la vida de sus hijos.

Vale la pena, pues, no quedarse en la competencia y analizar si es posible perder para así acabar ganando.

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