Cuenta la leyenda que, Cupido, harto de los desprecios de la diosa Diana, ajustó su arco y tomando una de sus flechas, sin pensárselo, disparó en dirección al corazón de su Diosa. Pero, Diana, fue hábil y retorciéndose, logró esquivar la flecha que acabó atravesando el seno de Ninfea -una de las ninfas de la diosa Diana- quien quedó perdidamente enamorada.

Este artículo no trata sobre fábulas y ninfas, ni sobre la buena o mala técnica e índice de acierto de Cupido como arquero oficial del universo, porque, aunque podría escribir y, mucho, al respecto, no me parece éste el foro ni el momento.

Como abogada de familia, muchos son los que me consideran experta en el amor y, tras el vértigo de tal atribución, en el fondo pienso que en lo que sí somos diestros, -con independencia de las habilidades que cada uno sostenga a nivel personal en el querer- es en la gestión y reparto de los derechos, pasiones y desafectos que se gestan en la crisis encarnizada que fomenta el desamor.
Entonces, ¿somos los abogados de familia “gurús” del amor, o del desamor?

Pues, sinceramente, pienso que bastante complicada resulta la travesía de la vida mediando entre la adrenalina del amor y la desesperanza del desamor como para ensalzarse con algún título y, mucho menos, con el de “gurú”. Pero, si de algo entendemos los abogados de familia es del asesoramiento jurídico a personas en el ámbito patrimonial y personal de sus relaciones familiares cuando éstas, están en crisis. Y, es en el ejercicio de mi práctica donde, muchas veces, he de reconocer que, ese “querubín legendario” traiciona mi subconsciente haciendo que me cuestione seriamente la puntería, precisión y secuencia de tiro de quien se postula en el Olimpo como el Dios del amor y del deseo.

Y es que, en la teoría, las relaciones amorosas se manifiestan bien sencillas: cualquier individuo se siente bien y afortunado al compartir su vida y proyectos con otro que le brinda su apoyo, le considera y aconseja y, si además, a todo ello, le añadimos una generosa dosis de compromiso, cientos de gotas de esencia de entendimiento, algo de tintura de respeto al espacio individual, y un fijador de romanticismo, de la mezcla, seguro que obtenemos el aroma de un perfume muy parecido al que desprende, en esencia, el amor en cualquier relación de pareja. Pero, las fórmulas y teorías magistrales en el laboratorio son una cosa y, al parecer, cuando se individualizan en el mercado resultan otra.

Por nuestro despacho pasan un sinfín de modelos de familias y parejas diferentes. Cada uno con sus nombres y apellidos y con historias, gustos, formas y valores personales y únicos.
Algunas de esas parejas se consolidaron a primera vista pero, tras el morbo por lo desconocido y una pasión fugaz descubren que no tienen mismos gustos ni comparten proyectos ni objetivos comunes. Otras, llevan años amarradas a una relación de dependencia de la que no se consiguen liberar por miedo a la soledad; algunas no han sabido valorarse y se han faltado en el respeto e incluso han podido llegar a traicionar su confianza. Hay quienes se han amado y querido mucho pero la vida y sus gustos les han llevado a evolucionar de manera tan distinta que ya no se reconocen en el otro; e incluso, algunas de ellas, hoy, se han dado cuenta de que es incierto aquello de que “los polos opuestos se atraen”, porque tener valores y gustos distintos, no compartir, al final, distancia y la distancia, como se dice, lleva al olvido.

Los factores más comunes de cualquier ruptura suelen ser la falta de comunicación, problemas con los hijos, discusiones por motivos económicos o de posición en el hogar, no respetar la individualidad, aparición de rutina, no saber afrontar dificultades, e incluso, en determinados casos, faltas de respeto y hasta violencia física.

Pero, ¿Por qué fracasan las relaciones? ¿Acaso el culpable del desengaño es Cupido por su falta de tino?

Ya me gustaría poder responder a esta pregunta, pero la respuesta no está entre mis competencias. Aun así, soy de la opinión de que dar con la mezcla del perfume del amor y de las relaciones perfecta depende de cada uno. Cada pareja es un mundo y es cosa tan solo de dos dar con su propia fórmula y poder decidir sobre sus vidas y vínculo.
Así pues, si algo tengo claro es que solo la pareja puede disponer sobre sus sentimientos y rumbo, por lo que cuando una pareja viene al despacho para recibir asesoramiento, solo ella conoce si su relación está rota o no. Da lo mismo que familiares, amigos, y resto de sus allegados puedan aconsejarles, o intenten hacerles ver lo qué les sucede, porque solo es la pareja quien puede y debe decidir sobre si su crisis es o no salvable y, si, por tanto, quiere continuar o romper. Solo ellos conocen sus sentimientos y poder de decisión al respecto. Y justo en ese momento, cuando la pareja, pese a haberlo intentado todo ya no quiere seguir adelante en su empeño es cuando entramos en juego nosotros como abogados, asesores y gestores de todos los temas legales que subyacen a las relaciones familiares.

Tratar de gestionar una situación de ruptura familiar no es tarea fácil y requiere de ciertas habilidades y técnica. Todo el que se dedique al Derecho de Familia, a las separaciones y divorcios, sabe a ciencia cierta que, desde el momento en que se recibe la llamada de contacto del cliente, previa a la visita en el despacho, la empatía en comunión con la buena comunicación y un trato cercano han de ir de la mano.

El cliente te va a trasladar aspectos íntimos y personales de su vida en pareja y familiar, tiene miedo al cambio, a lo desconocido, va a teñir sus necesidades de una posición, muchas veces emocionalmente confusa. Su hogar se rompe y salir de la que hasta ahora era su zona de confort para tener que trasladarle a un extraño sus temores, y recelos requiere arrojo y, todo letrado, en este caso, debe saber ponerse en una posición de escucha activa, apoyando, y, sin hacer juicios de valor.

Los abogados de familia, además de contar con unas determinadas cualidades profesionales y conocimientos técnico-jurídicos en la materia, debemos contar con unas dotes personales que, no están al alcance de todos. Muchas veces, incluso, hay que contar con ciertos conocimientos de psicología, porque los clientes que se someten a un procedimiento de separación y/o divorcio, se encuentran con el miedo que implica afrontar situaciones nuevas y/o desconocidas y precisan saber, sobre todo al inicio, si las decisiones que toman son correctas y adecuadas a la ley y al derecho.

Un abogado de familia debe mostrarse siempre sincero con el cliente, implicado. No hay que bailarle el agua sin más. Hay que tener en cuenta que nuestros clientes, emocionalmente, no se encuentran en el mejor momento para tomar decisiones, pues les cuesta gestionar el conflicto y muchas veces, lo hacen desde la rabia y no desde lo que realmente necesitan o quieren para ellos y/o sus hijos. Hay que ayudarles a ser razonables y hay que estar siempre atento a sus necesidades y en especial a las de los menores.

La comunicación e implicación con el cliente es primordial, pero, además, como abogados, hemos de intentar mediar con la otra parte, si estamos ante un divorcio contencioso, e incluso cuando se trata de un mutuo acuerdo. Hay que intentar siempre acercar posturas. Hacer que los clientes miren de forjar sus acuerdos en base a sus necesidades y no en base a sus posiciones. Muchas veces, deben conocer qué pueden “perder para ganar” -en nuestro artículo de 21 de julio de 2019, “perder para ganar “habla de esta técnica de negociación que resulta tan útil y que aleja a los clientes de cualquier competencia y les anima a negociar de un modo distinto-. Si tienen hijos en común, durante toda la vida de ellos van a tener que relacionarse y, para bien o para mal, mejor hacerlo desde la cordialidad.

Además, es importante tener en cuenta que, todo abogado de familia, cuando sus clientes tienen hijos y éstos son menores, indiscutiblemente, han de tener en cuenta que esos hijos también son nuestros clientes. Es cierto que normalmente no tenemos un trato directo con ellos y que son sus padres quienes nos trasladan sus miedos, gustos, preferencias o conflictos, pero, no son convidados de piedra en el proceso. Si hay hijos menores, estos siempre se han de convertir en nuestro principal cliente, en clientes preferentes. Por ello, todo acuerdo que adopten sus progenitores debe centrarse en respetar sus intereses y apegos y, el abogado, debe mirar de velar por ellos.

En toda separación y/o divorcio hay que intentar plantear soluciones distintas a los problemas que nuestros clientes abordan. Decía Albert Einstein que “no podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”, por lo que transmitirles nuevos enfoques a esos problemas familiares que, seguramente, arrastra la pareja desde hace tiempo, ayudará a tomar las mejores soluciones.

Un buen abogado sabe que cada familia es distinta y cuenta con situaciones e intereses, valores y expectativas diversos. Por eso, no podemos quedarnos con la norma, sino que hay que intentar siempre darle una vuelta, según la familia que tengas enfrente, porque, cada unidad es un mundo y, si aprendes a discernir los problemas presentes y los posibles problemas futuros, seguro que podrás brindarles soluciones ingeniosas que facilitarán cualquier situación nueva a la que deban adaptarse y enfrentarse en el futuro minimizando el riesgo de cualquier posible disputa.
Así pues, visto lo visto, que Cupido tenga mayor o menor acierto con sus flechas no depende de nuestra ciencia. El futuro, además es caprichoso y, por lo general siempre es incierto. Nunca sabes si tu elección en el amor será la buena, o si tus metas y camino, improvisados o no, deberán encajar obstáculos. La vida se basa en eso, en dejarse llevar por el fluir y saber sobrellevar la adversidad. Dicen que el “mayor riesgo es no correr ningún riesgo”, pero quien vive y sabe vivir, es seguro que arriesga.

Hay que conocer, vivir y sentir sin miedo cuando suma y, hay que aprender a ser determinante y dejar ir cuando resta. Y, para esos momentos en que ya no hay solución porque todo en la pareja terminó, piérdele el miedo al proceso de separación. Lo importante es que seas hábil con la elección del profesional que necesitarás que te acompañe en ese tránsito a tu nueva vida. Elegir un buen abogado especialista en derecho de familia es fundamental si lo que quieres es minimizar riesgos y sentirte segur@ en el proceso.

Intenta contar con buenas referencias y cerciórate de que el abogado elegido tiene buenos resultados en aquello que sea objeto de tu pleito (guarda y custodia, alimentos, división del patrimonio, etc.) porque, “sólo aquellos que nada esperan del azar son dueños de su destino”.

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