Picapleitos, pleitista, rábula, leguleyo, abogadillo… son algunos de los nombres que recibe un abogado cuando es alguien poco entregado a los asuntos que se le encomiendan o, cuando carece de toda ética profesional.

A veces, una manzana podrida dicen que, puede hacer que todo un cesto se eche a perder y, en nuestro caso, no sé si es cierto, pero sí pienso que, muchas veces, en esta sociedad tan mediática, donde se nos trasladan más los desastres y calamidades que las loanzas o las dichas, hay personas que pueden llegar a adquirir una idea preconcebida o errónea de nuestra profesión y, pensar que todo abogado es un tiburón carroñero sin escrúpulos, o que un abogado si es tímido –como decía el gran Groucho Marx en “Monkey Business”- es un picapleitos.

Puede ser que el dicho popular de “crea fama y échate a dormir” le venga al pelo a una profesión que, durante años, se ha dedicado a crear distancia entre togas, rigor, formalismos y un lenguaje técnico del que algunos –en detrimento de otros– se sirven para parafrasear frente a legos mediando engaños y picarescas.

Hace años, alguien me dijo algo que aún, a día de hoy, me rechina: “nunca dejes de utilizar un lenguaje técnico frente al cliente porque es lo que quiere y, cuanto menos te entienda, además, mejor”.  En ese mismo instante supe que ese no era el tipo de abogado que a mi me interesaba ser. Yo quería ejercer siendo yo, siendo cercana, comunicando. Quería ejercer con empatía.

Un abogado debe resultar eficaz, debe dominar la técnica jurídica y procesal, ha de ser responsable, organizado, debe ser honesto, profesional, es importante que transmita seguridad, y que genere, sobre todo, una relación de confianza con su cliente.

Evidentemente, dentro del colectivo de abogados al cual pertenezco, habrán compañeros, o despachos, que sepan ofrecer esos valores desde una perspectiva más belicosa o impetuosa y, otros, que trasladaran los mismos desde la proximidad, cercanía, simpatía o empatía.

Durante años, –no sé si erróneamente o no– se ha trasladado a la sociedad que, un buen abogado, debe ser distante, frio, calculador y agresivo. Solo así se decía que se triunfaba en un estrado. Pero, hoy por hoy, bajo mi humilde opinión, creo que la sensibilidad y la cercanía no están en absoluto reñidas con el ejercicio de una profesión como la nuestra donde al ejercer con empatía y, siendo próximos con nuestros clientes, se puede alcanzar mayor eficacia en todo pleito.

La abogacía nace de la necesidad de mediar entre individuos en conflicto con respecto a las normas impuestas en un estado de derecho. Tener muchas veces una posición sensible y tratando de ejercer con empatía  hace que se fortalezca nuestra relación de confianza con el cliente e, incluso podemos llegar a fortalecer también la relación con el juez o con el contrario, y, sin duda, podremos ayudar a resolver el conflicto ayudando a fortalecer las relaciones entre las partes del proceso.

Decía John Green que “cualquiera puede mirarte. Pero, muy pocas veces, encuentras a alguien que ve el mismo mundo que estás viendo tú”   . Y, eso es la empatía. Cuando un cliente llega al despacho con un conflicto o problema que le preocupa y angustia e incluso que, muchas veces, ni él mismo sabe cómo ha podido llegar a generarse, encontrarse con alguien frente a sí, que, además de clarificarle y aconsejarle legalmente sobre la situación, le hace ver que le entiende y que comparte sus sentimientos, lo es todo.

Para ser un abogado empático has de saber ponerte en la piel de tu cliente, has de ver el asunto desde su perspectiva para entender su forma de actuar, para comprender sus emociones. De esa forma, conectas. Empatizas con él. Pero, ojo, empatizar o conectar, no es en modo alguno aprobar lo que ha hecho, sino, que puedes, desde la objetividad que da un segundo plano, hacerle ver que, aun entender por qué ha realizado una determinada acción o ha tomado una determinada posición hasta ahora en el asunto, quizás, no ha sido lo más acertado, haciéndole así reflexionar y entender que hay que tomar un punto de inflexión.

Es cierto que, un abogado empático ni es más inteligente, ni razona mejor que otro que carezca de esa cualidad. Es cierto que la empatía no tiene mucho que ver con la práctica legal, pero, está probado que ser empático, beneficia la práctica del ejercicio profesional de todo abogado. Desde hace un tiempo, no es en el abogado, sino en el cliente, en quien se pone el foco. Hay que conocer sus necesidades, y mirar de entender sus miedos; trabajar para conseguir sus metas y, esa conexión con el cliente solo se consigue desde un ejercicio empático de la profesión del abogado.

La escucha activa puede ser uno de los mejores aliados de cualquier abogado. Y, creo que los clientes, actualmente, piden que nuestra profesión se humanice, que se abra y flexibilice frente a una sociedad nueva que necesita solucionar sus problemas desde la comprensión y no desde la insensibilidad de una distancia de trato indiferente.

La empatía ayuda a tender puentes entre las personas.

Dicen que la empatía tiene una base genética, pero que no es determinante. Aunque, según estudios , las mujeres solemos ser más empáticas que los hombres existen claves para poder intentar ser más empáticos: la escucha activa, el estar atentos a los gestos o a la comunicación no verbal, etc., pero, otros, están convencidos de que la empatía se tiene o no se tiene, no se aprende.

No sé quiénes tendrán más o menos razón, pero, es cierto que si pienso en toda mi trayectoria personal y profesional, es decir, si echo la vista atrás, no atiendo a recordar un momento donde no haya convivido con el valor de la empatía. Quizás, porque siempre me ha acompañado la sensibilidad, una sensibilidad que siempre he creído necesaria para vivir y, para ejercer una profesión donde siempre hay que cuidar los sentimientos de los demás, ya sea de clientes, de contrarios, compañeros, funcionarios, procuradores, jueces, e incluso, por qué no, nuestros propios sentimientos.

Nos movemos siempre entre problemas, entre conflictos. Luchamos diariamente contra desigualdades, intentamos enmendar errores, reconducir situaciones o gestionar emociones ajenas. Actuar y ejercer con empatía hará que sea mucho más fácil una buena comunicación con el cliente, quien se sentirá reconocido en tanto no se le juzga. Confiará en su abogado y nos permitirá leerle para entender sus necesidades y poder así encontrar soluciones favorables para él que, sin duda, podrán ser mucho más acertadas.

Un cliente que llega a un despacho de abogados para divorciarse, no solo va a necesitar que se realice una buena gestión jurídica y procesal de su expediente desde la técnica, sino que precisará también que se le atienda con empatía para así además, poder gestionar sus emociones de tal manera que le permita mantener una buena relación con sus hijos, una comunicación cordial con su excónyuge o expareja, o con su familia política. Un abogado qué en un asunto familiar solo pleitee de manera inflexible y rígida por la situación patrimonial de su cliente sin tener en cuenta la situación emocional o relacional del mismo, no habrá gestionado con éxito el expediente.

De igual modo sucede si en la gestión de una deuda entre una empresa y un proveedor no se mira de empatizar con las partes, para entender todas las posiciones y mirar de gestionar el conflicto y así hacer que tras el pleito, tras resolver el problema, ambas puedan volver a mantener una relación profesional y/o comercial o empresarial.

Ser un abogado empático -ejercer con empatía- te hará comprender la visión de los demás y, tanto si trabajas como autónomo, como si lo haces en un despacho, el valor de la empatía te beneficiará puesto que te hará, seguro, un buen líder y comunicador; un interlocutor válido para poder trabajar en equipo.

Así pues, la inteligencia, la preparación y la técnica son importantes para ejercer la abogacía, pero, habilidades blandas como la sensibilidad y la empatía, también. Cada vez tengo más claro que mis clientes, valoran que yo ejerza mi profesión con empatía.

Un abogado empático, seguro, que será más rentable en tanto que se habrá ganado la confianza de un cliente que siempre querrá confiarle sus asuntos. Pero, además, se habrá ganado el respeto de sus colaboradores y operadores jurídicos que hayan sido necesarios en el procedimiento y, eso hará que sea reconocido en su trayectoria, experiencia y reputación. Trata de comprender, antes de ser comprendido. Intentemos ejercer con empatía.

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