El derecho a la vida

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Quizás, en estos días tristes, a nuestros hermanos del lado este de nuestra Europa, un gran tema de una de las mejores bandas alemanas de la historia les ayude a ensordecer el estallido de las bombas.

Por Ucrania pasa el río Dniepper y, no el Volga, pero, hambrientos y fríos –“so hungry, so cold”-, es como también se sentirán, con independencia del cauce del río, los civiles y soldados que, en este caso, maten y mueran, como a alemanes y a rusos les sucedió entonces en la Segunda Guerra Mundial durante la batalla de Stalingrado.

Da lo mismo Stalin que Putin, si tras años de evolución, involucionamos y, somos incapaces de convencer con gestos y de acercar con la empatía, la palabra y el diálogo. Dicen que “la seña de un gran gobernante no es su habilidad para hacer la guerra, sino para conseguir la paz”.

Y, está claro que algo no funciona cuando las estaciones del metro de nuestras ciudades se ven obligadas a transformarse en bunkers y el divertido murmullo que pasea en las calles ahora corre en Ucrania, aterrado, evitando silenciar entre pólvora y sangre.

Mientras, desde este lado del televisor, todos enmudecemos cada vez que vemos partir a miles de ucranianos de retorno a su país para luchar contra Rusia y defender a la que siempre van a sentir ser su patria.

En mi cabeza parafraseo “Stalingrad”: “Dos soldados muriendo, maltratados y ciegos. Los enemigos ya no han venido a encontrar. Misión olvidada. Ahora, son hermanos en la muerte y se mantienen en la respiración final”.

No puedo dejar de pensar en cuántas vidas se perderán por la falta de habilidad de quienes nunca debieron ser jaleados como dirigentes. Desde mi corazón, me traslado al dolor de cuantos van a verse obligados a separarse de sus familias y de sus vecinos o amigos. A cuántos les va a tocar ser el comodín del pésimo “emperador” de esa vieja baraja que, tras la suerte y, al corte, reparte horror con un fuerte hedor a muerte. Cuántos van a ser sostenidos por quienes se han visto obligados a dejarlo todo y combatir, por esos hermanos de batalla que, fraternalmente, tras los disparos, cubrirán sus espaldas y les sostendrán el aliento al ser alcanzados por la metralla, hasta ese último suspiro. Hermanos en la muerte, hermanos que luchan congelados en el tiempo.

Dice el artículo 3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos que, todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Pero, parece que el mundo se empecina en ir contra la ley, contra la lógica y, en definitiva, contra la corriente. Con lo sencillo o fácil que, sobre el papel, parece respetar para que te respeten, ¿verdad?

Dijo Desmond Tutu que “tomar una vida cuando se ha perdido una vida es venganza, no justicia”. Y, si me lo permitís, yo también añadiría que, tomar vidas, a la fuerza, para impedir las relaciones diplomáticas de un país con otros, ni es justo, ni tiene lógica o sentido.

Nadie debería poder controlar la vida de los demás porque, no puede permitirse que un estado anteponga sus intereses a los intereses de las personas que lo conforman. Toda persona tiene derechos básicos que siempre hay que proteger por encima de todo. Y, el derecho a la vida es un derecho fundamental que siempre hay que respetar.

El derecho a la vida es un derecho que le corresponde a todo ser humano, puesto que es un derecho universal y necesario para poder concretar el resto de derechos universales. Si no hay vida, ¿qué sentido tiene todo lo demás? El derecho a la vida va mucho más allá: significa tener la oportunidad de vivir nuestra propia vida. La vida que queremos.

El derecho a la vida está unido a la dignidad de las personas y a ese carácter que impronta todo ser humano, que, sin excepción, merece respeto.

Por el simple hecho de existir, las personas estamos vivas. Desde que nacemos tenemos derecho a una vida protegida. Nadie tiene derecho a matarnos.

¿Cuántas vidas de militares y civiles ucranianos o rusos se han perdido ya? Y, lo que es peor, ¿cuántas bajas se reportaran a ambos lados del frente al final de la ofensiva? El derecho a la vida constituye la prohibición formal de causar intencionadamente la muerte de otra persona. Kiev, Donetsk, Odesa han cambiado ya su imagen y lloran a sus muertos entre la devastación y el caos de una precipitada pero anunciada guerra.

Quienes han conseguido sobrevivir a la ofensiva, atascan carreteras rumbo a las vecinas Moldavia y Hungría para pedir asilo y protección internacional ante el horror y el miedo.

El artículo 15 de la Constitución Española lo deja bien claro: “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra.”

Pero, desgraciadamente, en todo el mundo existen conflictos y guerras a diario, que ponen en peligro la vida de muchas personas. Y, qué triste es que, nuestros ojos occidentales, a veces, resten color a las vidas que, diariamente, se pierden en países como Nigeria, Burundi, o República Democrática del Congo, por ejemplo.

Secuestros y torturas llevan a la muerte a miles de mujeres y niñas. Y, nuestro corazón, al ver la noticia, enmudece, pero, nuestros ojos, tristemente, se acostumbran y, eso, no debería pasarnos.

Asaltos, extorsiones, etc., rodean de inseguridad y conflictos armados a otro tanto de millones de personas de muchas otras zonas del mundo. Y, sí. Nos parece escalofriante, pero, desde la comodidad de nuestros hogares de occidente, nos resulta nuevamente triste, horroroso y duro, pero, lo volvemos a ver lejano.

E, igualmente, lo sabemos: el hambre y las guerras matan. Pero, hasta que los aviones no te sobrevuelan al amanecer y dejan caer sobre el edificio de enfrente un misil que todo lo devasta, no eres consciente de que, aun tener derecho a la vida, aun estar en occidente, ya sea al este o al oeste, otros, sin permiso, pueden arrebatártela en milésimas de segundo.

Tras esa batalla por la vida que peleas desde el momento en que naces y abres tus ojos al mundo, te das cuenta de algo: todo el tiempo luchas por el derecho a la vida, por tu vida. Pero cuando te la arrebatan o te llega la hora, tu hora, se hace el silencio. Todo termina. Porque, lo opuesto a la vida, no es la muerte. Lo opuesto a la vida: es nada.

Decía Friedrich Nietzsche que “la guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”.

¿En serio, en este Siglo XXI, vamos a dejar que guerras como la de Rusia contra Ucrania y tantas otras, terminen con nuestro derecho a la vida y nos lleven a la nada?

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